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  • Foto del escritorMiguel González Graniel

Como el culto a la ocupación mató mi productividad


He estado en este negocio alrededor de 15 años. Desde que salí de la universidad, empecé a cargar como medallas de honor las frases “estoy muy ocupado”, “ayer me dormí tarde por terminar un proyecto”, “estoy estresado de la chamba”, y así varias más similares.


Hablar de marketing, para mantenerse “trendy”, era hablar de grandes empresas, estrategias revolucionarias y análisis de datos complejos, pero todo bajo la sombra de la saturación laboral.


Tengo 38 años y así fui educado. Estoy casi seguro de que si eres un millennial como yo podrás atestiguar que existe un dejo de romanticismo en la visión de una persona “productiva”.


Es en esta idealización de la productividad, inherente a nuestra industria, en la que poco a poco vamos absorbiendo responsabilidades y tareas que nos brindan la satisfacción de “permanecer ocupado”, en un interminable ciclo de lavado y enjuague de nuevos clientes.


La “productividad” ha matado mi productividad


Antes de casarme, la vida laboral se había convertido en la vara por la que juzgaba mi éxito o fracaso, mi felicidad o mi tristeza, mi valía o mi carencia.

Siempre buscando un nuevo cliente, ideando una nueva campaña, vendiendo un nuevo producto, etc. Todo esto, con resultados medianos.


No me malinterpreten, puesto que resultados medianos en un mundo donde el fracaso empresarial es pan de cada día no es algo despreciable. Al menos ponía pan sobre mi mesa y figuras de acción en mis repisas.


Pero tampoco es algo para alardear. La “productividad” parecía ser ese camino hacia el paraíso de los shark tanks, en donde tu perfil de Instagram se convierte en una extensión de las agencias de turismo de países exóticos.

Ah, que menso era.


No sé si me doy a entender, pero, un error que cometí en mi incipiente carrera fue el permanecer en una rueda de hámster de responsabilidades para acallar la vocecita en mi cabeza que me decía que debía estar trabajando.


En parte motivado por la necesidad de mayor ingreso, en parte por el sentimiento de culpabilidad de una educación en donde la frase “la ociosidad es la madre de todos los vicios” era una máxima.


Cada actividad realizada, de forma adecuada o incorrecta, al menos era una señal de que estaba avanzando. Después de todo, si estoy trabajando, algo debía estar haciendo bien. ¿No es cierto?


No estoy particularmente orgulloso de admitirlo, pero, me tomo este año alejado de los blocks de notas el darme cuenta de que tanto tiempo consumí en ese pozo sin fondo de la “productividad”.


La “productividad” mató mi productividad porque privilegié el estar ocupado por encima del equilibrio que fomenta el crecimiento.

Me volví docto en el arte de presionar teclas sin ver el teclado, pero descuidé horas en el gimnasio para despejar mi cabeza.

Fui un Godín Supremo del Excel, a expensas de aprender a hablar mejor otro idioma.


No había reporte u hoja de blog que no leyera acerca de las nuevas noticias en el mundo del SEO o de Facebook Ads, pero perdí toda la saga de Dune y algunos clásicos que perecieron en la terrible guerra contra las termitas del 2015.

Siempre “me estaba moviendo” pero, nunca fui realmente a ninguna parte.


Entonces, ¿qué cambió?


Para ser honesto, mi vieja me cambió. Afortunadamente para bien.

La familia me cambió. Ser “productivo” no es particularmente justo para las personas con las que has decidido compartir la vida.


Estos últimos años me he esforzado en tratar de juzgar las cosas con la claridad que me han dejado los reumas de la edad.


Y fue en ese juicio en donde me di cuenta de que la “productividad” no era más que “busy work”, un término que se puede entender como acciones para parecer ocupado.


En el mundo de la medianidad, el busy work es más que suficiente. Haces lo suficiente para que no te despidan y te pagan lo suficiente para no renunciar.

Entonces llegó el punto en donde no era posible vivir en esa “medianidad”. Simplemente no me alcanzaba para vivir y proveer, y ese fue el detonante.


¿Cómo salí de la “medianidad”?


Lo primero que hice fue definir mi concepto de medianidad. Mas o menos esto fue lo que saqué.


Medianidad es no dejar de moverse sin avanzar, es envejecer sin crecer, es estar ocupado con tareas que nunca dejan de llegar. Básicamente la medianidad es vivir en el scroll infinito de una cuenta de Twitter.


¿Cómo se traduce esta definición a situaciones específicas?


Imagina estar ocupado todo el tiempo, pero permanecer en una especie de status quo carcelero. Estuve ocupado 5 años de mi vida, en los cuales conseguí nuevos clientes y perdí otros. Gané dinero y lo gasté, me mantuve más o menos en forma, pero no podía esconder por completo la “pancita”, leí muchas palabras, pero casi todas se aglutinaban en frases desgastadoramente similares.


Es decir, después de esos 5 años de “productividad” era, en esencia, la misma persona que al inicio, solo con un poco más de dolor en la espalda.

Definir mi situación me llevó a un proceso de repartición de valor a mis actividades diarias.


En este nuevo escenario, el trabajo decreció considerablemente en importancia, puesto que, durante mi juventud, le otorgué una preponderancia desmedida.

No me malinterpreten, aún necesitaba ganarme la vida e incluso conseguir nuevos clientes. Salir de la medianidad fue quitar toda la grasa de las cosas que no aportaban un valor marginal a mis clientes y, por consecuencia, me ocupaban a lo sonso.


Redefiní paquetes, me enfoqué en el “bottom line” y empecé a ver como mis clientes vendían más con menos horas dedicadas. Hoy por hoy creo que la calidad de mi servicio se encuentra, al menos, a una desviación estándar de la media.


Eliminar la grasita y quedarse con la carnita. Eso me está funcionando al momento de escribir estas líneas. Quizás mañana no.


Si te sientes identificado con estas líneas, puedes dejar tu comentario. Mi intención es compartir con otros adultos los consejos específicos que me han funcionado y aquellos que no me sirvieron para nada.


Y como siempre, muchas gracias por leer.

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